«No hay mujeres feas, sino perezosas»

«No hay mujeres feas, sino perezosas»

Eso decía Helena Rubinstein.

Ella no era una mujer hermosa, pero sí elegante y con estilo. Supo aprovechar el sueño de la mayoría de las mujeres por verse mejor para vender sus cremas. Empezó su negocio en Australia, donde su tez blanca y cuidada contrastaba con la de las mujeres que trabajaban en el campo. Fabricaba cremas caseras y las vendía. Eso que empezó de forma tan simple se convirtió en un imperio.

Sin duda el cuidado de la piel y un buen maquillaje pueden marcar la diferencia. Y, de alguna forma, el maquillaje también levanta el ánimo. Esto es algo que intuyó muy bien Elizabeth Arden en la Segunda Guerra Mundial. Sus barras de labios se vendieron como pan. Y hasta creó su primer maletín de maquillaje para que las mujeres tuvieran todo a mano.

El color carmín de los pintalabios en la guerra son famosos. En Inglaterra, Churchill había racionado todo pero permitió que se siguieran fabricando barras de labios. Vio que si las mujeres se veían bien trabajaban mejor. Muchas campañas publicitarias de aquella época alentaban a la mujer a maquillarse para enfrentar la guerra («la belleza es un deber», fue uno de los slogans más usados). Puede sonar sexista y hasta tonto, pero esto no tiene que ver con una cuestión machista, sino con la autoestima. ¿Se trabaja mejor maquillada? No lo sé, pero sí que se trabaja mejor con la autoestima alta.

Esto ha pasado durante la cuarentena en estos tiempos de COVID. Son muchas las mujeres que relatan la necesidad de pintarse cada día para verse mejor. Aun cuando no tuvieran que salir.

Si le creemos a Helena Rubinstein, las mujeres que no sean perezosas y se cuiden la piel y se maquillen no se verán feas. Pero, ¿por qué? ¿Qué genera a nivel cerebral el uso del maquillaje? ¿Por qué fue tan importante en la guerra y por qué lo ha sido ahora durante el confinamiento?

Hay muchos estudios que corroboran la relación entre maquillarse y sentir más confianza en sí misma lo que, de alguna manera, aumenta la autoestima. Esto es así porque se liberan endorfinas a nivel cerebral. Estas son unas sustancias que están relacionadas con el placer, por eso también se las llama «hormonas de la felicidad». De hecho, tener endorfinas bajas provoca depresión. Y lo que las pastillas antidepresivas buscan es aumentar el nivel de endorfinas. La liberación de endorfinas produce una sensación de bienestar y calma tanto a nivel físico como emocional; un estado, entonces, de «felicidad».

Por eso, el hecho de usar maquillaje en estos tiempos de «encierro» o en aquellos tiempos de guerra, estimula al cuerpo y la mente. De alguna forma engaña al cerebro para que crea que todo está bien o que todo va a estar bien. Lo que hace que trabajemos mejor o que vivamos con menor estrés los problemas que podamos tener. Obviamente, sin banalizar: el maquillaje ayuda pero todo depende del entorno y las situaciones que nos toquen vivir.

Por supuesto no todas las mujeres se maquillan, pero quizás les guste ponerse un perfume especial, o una ropa determinada o unos zapatos o escuchar un concierto de Mozart o leer un libro o salir a correr o reírse; todas experiencias que aumentan las endorfinas. Cada cual tendrá su truco. Porque al fin y al cabo lo importante es sobrevivir, resistir, seguir…

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